2013-08-03

Casi el Apocalipsis

Fernando Escalante Gonzalbo
 
La semana pasada publicó The Economist un eufórico réquiem por las universidades titulado “El ataque de los MOOCs”. En resumen, la idea es que la multiplicación de los Cursos en Línea Masivos y Abiertos (por sus siglas en inglés, MOOC), es una amenaza letal para las viejas universidades —que ya están puestas contra la pared.

Es un texto ejemplar, que lo tiene todo. Para empezar, la pose de rebeldía juvenil que ha adoptado la derecha de los últimos treinta años, también el tono populista, agresivamente antiintelectual, y una fatuidad muy característica del habla neoliberal. Según la revista, las “universidades tradicionales” están “espantadas” por el aumento de los nuevos cursos en línea; “tradicional” significa malo, de modo que uno tiene que alegrarse con la noticia, y hasta reírse un poco.

El artículo se ilustra con una caricatura que es una joya de la demagogia. Dos ancianos repelentes: narigudos, cegatos, calvos, de toga y birrete, en las puertas de un castillo, saltan asustados ante una linda niñita con un iPad, del que salen dos manos para ponerle un birrete en la cabeza. Está claro que ese par de vejucos pedantes se tienen muy merecida cualquier cosa que les pase. Y es un gusto ver cómo los ha vencido la niñita, dejándolos para la basura: no los necesita para nada, porque ¡ya tiene un iPad! El texto no tiene muchos más matices.

La moraleja está dicha en el antetítulo, repetida en el primer párrafo: “Marcas universitarias construidas a veces a lo largo de varios siglos se han visto forzadas a contemplar la posibilidad de que la tecnología de la información rápidamente va a hacer que su modelo de negocio resulte obsoleto”. Es el lenguaje del Economist en toda su gloria. Nada en la información del artículo permite decir eso, salvo como conjetura puramente especulativa: hay portales de MOOCs, con inversiones millonarias, algunos asociados a decenas de universidades, nadie sabe cómo será el nuevo mercado de la educación superior, algunos piensan que bajarán los precios, otros dicen que no, pero la revista lo tiene claro y no se para en barras, adiós a los vejucos.

Es muy elocuente la alegría con que hablan de la destrucción de cosas construidas durante siglos, la prisa que tienen, el entusiasmo verdaderamente feroz que les inspira la idea del mercado.

Me cuesta trabajo entender el argumento. Acaso porque no hay —se suple a base de desplantes. Vamos a ver. La educación a distancia se inventó hace mucho tiempo, siempre ha sido mucho más barata, como es natural, y no ha sido nunca una amenaza para ninguna universidad. Las grandes tienen con frecuencia su propia división dedicada a eso. Es más, quien quisiera aprender cualquier materia, carreras enteras, ha tenido siempre a mano los libros —gratis, en las bibliotecas. Y sin duda es más interesante, más sustanciosa, la lectura que una sesión de clase, en vivo o en video. La novedad sólo consiste en la tecnología, en que ahora se pueden grabar muchas horas de televisión, de profesores dando sus clases, y bases de datos, fondos de lectura. Es la educación a distancia con los medios técnicos de hoy, ¿por qué eso hace que “las torres de marfil se cimbren hasta sus cimientos”?

El pequeño problema del financiamiento de esas plataformas de MOOCs se resuelve de un plumazo, con la publicidad: “Los anuncios han sostenido a la radio y la televisión, ¿por qué no a la educación? Hay mucho esnobismo desubicado en la educación con respecto a la publicidad”. Ahí queda eso. A mí sí me conmueve ese liberalismo macho, que llama a las cosas por su nombre y no se arredra ante nada —si se piensa un poco, el cielo es el límite. El otro pequeño problema, que los cursos tienen que impartirlos profesores, y que alguien tiene que acreditarlos, y pagar su sueldo, es decir, el pequeño problema de que los MOOCs dependen de las universidades, ese se resuelve por la vía rápida de no plantearlo.

El verdadero problema es la idea que se hacen los redactores del Economist acerca de la universidad. Por lo visto, piensan que es un negocio que consiste en que unos señores que saben mucho cobran por platicar, por contarles a otros eso que saben. De modo que si esas pláticas pueden verse en la tele, la universidad no tiene razón de ser ni modo de sobrevivir: ¿quién va a pagar por lo que puede obtener gratis? Algo así. No veo ni cómo empezar a discutir con eso.

Digamos, por no dejar, que es obvio que las nuevas tecnologías son utilísimas para la educación superior, y los cursos en línea abren oportunidades apasionantes. Pero es igualmente obvio que esos “proveedores de contenidos” que ofrecen “mejorar la experiencia del consumidor” y bajar los precios, no van a sustituir a las universidades —que son otra cosa, y hacen otras cosas. Y tienen un “modelo de negocio” mucho más resistente, porque no es un “modelo de negocio”.