2012-10-10

¿Por qué la necedad de sostener el premio a Bryce?

Otto Granados
 
En el escándalo suscitado por la concesión del premio FIL de Literatura 2012 a Alfredo Bryce Echenique parece haberse dicho ya todo. O casi.

Según las pruebas públicamente documentadas, Bryce en efecto ha plagiado docenas de textos escritos por otros y los ha hecho aparecer bajo su firma. Los miembros del jurado que lo premió alegan que no son un tribunal criminal sino sólo un sanedrín literario, y en tal carácter no tienen porqué ir de fiscales o magistrados para dictar justicia en torno a la catadura moral de un pícaro, sino sólo sobre las novelas y cuentos que ha escrito o que, digamos ahora con más propiedad, dice haber escrito y publicado con su nombre. Las autoridades de la Universidad de Guadalajara, propietarias de la FIL y del premio en cuestión, se montan en su macho y reiteran que el galardón se entregará en noviembre. Y las autoridades de Conaculta, que han asignado una parte de los dineros del contribuyente para honrar a un plagiario, han guardado un discreto silencio. Mejor, imposible.

Pero lo que se ha mantenido guardado en la discusión son las razones por las cuales, a pesar de todo esto, de todas formas piensan entregarle el premio al señor Bryce, y da la impresión de que, al final del día, no es sino una muestra más de esa especie de corrupción que subyace en todo este juego de los premios literarios entre escritores, editores, periodistas culturales y organizadores de los certámenes que los promueven. Veamos.

De tiempo atrás ha proliferado cualquier cantidad de galardones so pretexto de diversas ocurrencias, efemérides o próceres de la maltratada república de las letras. En torno a su asignación se ha tejido una red de intercambio de favores, seducciones recíprocas, arreglos sospechosos o intereses pecuniarios que funcionan muy bien para adquirir notoriedad y algo de plata.

Los jurados de hoy serán los premiados de mañana y a la inversa; los editores inventan hoy a los premiados para vender mañana en el mercado a los autores consagrados por los premios que ellos mismos patrocinan; los periodistas culturales, en contubernio con editores, cuelan por aquí y por allá alguna reseñita amable de los libros que han sido previamente distinguidos por ambos; los organizadores de los premios hoy, serán mañana elogiados en artículos, dedicatorias de libros, algún ensayo y, con suerte, hasta un obituario amable por aquellos a quienes consiguieron los premios, y así sucesivamente. Unos llaman a ese mecanismo mafia; otros, cártel.
Sin generalizar, desde luego, pero así funciona.

No importa que los premiados no se lean a conciencia; que no merezcan buena recepción por la crítica seria y exigente; que se vendan pero no demasiado o que plagien. Nada de eso es relevante. Lo que importa es te premio, luego existes, lo que importa es el acceso a los placeres y privilegios de las cortes. Justo lo que piensan, supongo, los defensores del premio a Bryce.

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