2012-07-17

No me dejarían entrar


  La miro desde el otro lado del cristal. Luce hermosa, las luces del restaurante dan a su piel un color hermoso. Eso supongo.

Ella no sabe que estoy aquí, la gente pasa a mi lado sin hacerme mayor caso. Es una bendición, pues seguro saldría un mesero a correrme, a nadie le gusta que lo miren mientras come.

La amo. Desde la primera vez que la vi no pude dejar de pensar en ella. Mis largos ratos de ocio fueron suplantados por mis largos ratos de pensar en ella. La amo.

Veo sus lágrimas. La dejó plantada. Como siempre. Su novio es un imbécil.

Recuerdo la última vez que me quede en su jardín, esperando a que saliera de casa. Quien salió fue su novio, que me persiguió varios metros. Ya déjalo, dijo ella, divertida. Es relajante estar libre de acusaciones por acoso.

Su novio es un imbécil. He visto los moretones, y escuchado los gritos, los golpes. Y las disculpas. Ella también es una imbécil. Lo perdona siempre. Y la amo.

Veo sus lágrimas desde el otro lado del cristal. Una señora me acaricia la cabeza y comenta que pobrecillo, que debo tener hambre.

La amo, sus ojos llorosos lucen hermosos y sus moretones ya no se notan. Por eso lleva vestido. Además deben estar celebrando alguna fecha especial.

Seguro piensa que soy muy joven para ella. Si supiera. Pero ni yo se cual es mi edad. O la suya.

La amo, cada parte de mi ser pide por ella (ojala supiera su nombre), la amo, debería entrar y decírselo.

Decirle que no necesita al idiota de su novio, que yo puedo amarla toda la vida, que podemos ser felices juntos. Pero no creo convencerla.

La familia sentada junto al cristal me mira con insistencia. El padre llama al mesero y me señala. No puedo escuchar lo que dicen. Pero me miran.

Alguien camina hacia la puerta. Viene a quitarme. A nadie le gusta que lo miren mientras come. Ni a mí.

La amo, veo que pide la cuenta. No sé cuanto tiempo estuve viéndola. Me duele el cuerpo. Su novio es un imbécil. Ella también. Y yo. Por no entrar a decirle lo que siento, a arrancarla de su dolor. Quiero ser el héroe.

Pero ella no me ama. No puedo obligarla.

Un mesero sale y me grita. Debo irme. O no.

Puedo entrar, vencer el miedo. Gritar mi amor, que lo sepa ella, que lo sepa el mesero, que lo sepa el padre de familia que pidió que me quitaran de la ventana.

Pero soy un cobarde. Además ella ya se levantó de su mesa. Su novio no llegó ni para el final.

El mesero me alcanza. Lárgate, dice, pero su tono es de inseguridad. Me mira como si fuera a morderlo.

Debería entrar antes de que ella salga, y decirle que la amo.

Pero ella tiene novio. Además, soy un cobarde.

Y, además, soy un perro.

No me dejarían entrar.


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