2012-06-26

Diario de voto / Guillermo Sheridan


Viernes 22 de junio. No puedo continuar militando en el movimiento “Indecisos del Mundo Uníos”. El martes votaré en público en mi columna de EL UNIVERSAL. Ya. Basta de procastinar. Estoy aterrado. Temo lo peor. ¿Deberé considerar el “voto útil” que, como su nombre lo indica, es útil para alguien que no soy yo? ¿Deberé tomar en cuenta las encuestas que ya, prácticamente, dan el triunfo a Peña Nieto? Faltan ocho días…

Sábado 23. Por el PRI no puedo votar: pertenezco a la generación del 68. La fuerza con que abomino de sus corporaciones sindicales, su lista eternamente multiplicada de Mestrelbesteres, Murats, Montieles, Marines y Moreiras, siempre supera al respeto por algunos logros indiscutibles. No votaré contra los partidos privados o familiares, esos tumores oportunistas. Algo es algo: mis opciones se reducen a Josefina o a AMLO. 

Domingo 24. El terror va dejando el sitio a la mera angustia. Varios escritores han razonado sus votos públicamente. Es higiénico y encomiable. Todos son inteligentes y honestos (algunos a pesar de ser mis amigos). Unos votarán por López Obrador y otros por Vázquez Mota. Los que han anunciado su voto por AMLO lo hacen tan a regañadientes y con tan desolada resignación que no dudo que hayan disuadido a otros de hacer lo propio. Uno francamente llama a AMLO un “caudillo anticuado” y otro aporta un análisis demoledor sobre un narcisismo que al parecer incluye una denodada resistencia a la autocrítica. 

Domingo 24 (tarde). ¿Puedo votar por un candidato postulado por el Partido del Trabajo (línea de masas), que deploró la muerte del camarada Kim Jong-Il? ¿Puedo votar por el PAN, y su probada incapacidad para crear y/o reclutar cuadros administrativos eficientes e inteligentes? He decidido ver nuevamente el debate del 132, que se retransmite esta noche, y ver qué hago... 

Lunes 25. Ya no es angustia: sólo ansiedad. El debate sirvió. Es obvio que si Peña Nieto manifestó su desdén por los votantes no acudiendo, AMLO manifestó el suyo acudiendo sin prepararse, sin estudiar siquiera el formato. 

Me quedó claro que AMLO no es una persona inteligente. Dilapidaba su tiempo en prolegómenos, enunciados con una lentitud enervante que sería inverosímil atribuir a un prurito de sencillez o exactitud. La pericia de los otros candidatos para emplear en su provecho el formato les ayudó a obnubilarlo aún más. 

Era bochornoso que el moderador, desconcertado, le aconsejase “administrar mejor su tiempo”. Que AMLO no lo escuchase no era bochornoso: era evidencia de su incapacidad para funcionar intelectualmente bajo presión, para analizar su circunstancia y sacarle partido. En varias ocasiones sus oponentes se quedaron con siete minutos para discutir sólo ellos. AMLO se iba convirtiendo, poco a poco, en otra silla vacía. Y cuando hablaba venían estas largas, trastabillantes respuestas llenas de silencios penosos y autohalagos: “¿Cómo combatir la corrupción?”. Respuesta: “Yo soy honesto”… Pueden ser respuestas honestas, pero no son inteligentes. Y a las dos horas del debate un momento aún más lastimero, cuando AMLO por fin dijo: “Ahora sí voy a hablar de corrido”. El debate terminó 10 minutos más tarde… 

Sí, ya sé que en el gabinete de AMLO hay muchas personas inteligentes por las que habría votado con entusiasmo. Personas que, supongo, creerán de buena fe que su inteligencia habría prevalecido contra la tosudez de AMLO y su conformación mental de “caudillo anticuado”, hombre tan sobrado de fe como carente de luces. Dudo que lo hubieran logrado. 

Así las cosas, votaré por Marcelo Ebrard. Lástima que deba esperar seis años para hacerlo. Mientras, simbólicamente, le daré mi inútil voto, pero mío al cabo, a Josefina Vázquez Mota.


 Alea jacta est…

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